martes, 1 de enero de 2013

Sed roja: parte IV y ... ¿final?


Por miedo a caer si me erguía completamente sobre mis dos piernas, decidí inspeccionar un poco el espacio a rastras. Las raíces se habían apropiado de los laterales. Se habían sumergido como cabellos que buscasen vida para el árbol que me daba cobijo. Sondeaban la tierra y el aire mientras colgaban por los laterales dando la impresión de ser vides terrosas, o podían ser incluso gusanos que se movían al son de una música inaudible.
Puede que fuera ese último pensamiento el que me provocó cierto reparo al tener que agarrarme a una de ellas para salir del agujero donde me encontraba al exterior. Tenía miedo de que de repente una de ellas se volviera hacía mi y desvelara su identidad como un gusano o algo peor que estaba durmiendo hasta que yo lo despertase.
Me costó bastante debido a mi estado físico y mental agarrarme una de las raíces antes citadas. Pero no con cierto recelo lo conseguí. Después de desprender un par de cachos de tierra de la pared, pataleando logré manejar la situación y asomar la cabeza por la abertura ojival del refugio.
Me recibió un sol anaranjado con los brazos abiertos. Fue como si yo o el sol mismo hubiéramos esperado hasta el mediodía para abrasar y achicharrar mi piel. Era como una especie de pacto por el cual el alumbraba la inmensidad de la nada desértica a cambio de que le permitiera cebarse con mi piel.
Justo en el momento en el que mis ojos se adaptaron al brillo del astro rey pude sentarme apoyando la espalda en el árbol mientras esperaba otro rato más a la serpiente. Era como esperar al autobús después de las doce de la noche, sabes que no va a venir, pero tampoco tienes nada mejor que hacer. Al menos ahora me acompañaba un bonito sol en su cenit que no quitaba ojo de mí.
Y de esa guisa estuve prácticamente lo que estimo que serían seis o siete horas pensando en nada. Soñando despierto. Imaginando cosas, pensando en las cosas que imaginaba o simplemente mirando al horizonte. Creo que en aquella tarde mis neuronas recibieron nuevos impulsos eléctricos hasta entonces desconocidos.
Una nueva energía impregnaba cada fibra de mi ser. Era como si todo mi cuerpo, tanto físico como mental. Sin exceptuar un solo musculo, hueso, articulación, órgano, cartílago, nervio, vaso sanguíneo, glóbulo rojo o célula. Cada parte de mi cuerpo estaba imbuida por esa nueva energía.
Oleadas arcanamente nuevas de energía se arremolinaban entorno a mí. Era como estar sumido en el fondo del mar pero pudiendo ver las nubes, el sol y el cielo. Alumbrado por una oscuridad luminosa plagada de matices desconocidos hasta entonces.
En ese momento, coincidiendo con uno de mis parpadeos pude vislumbrar el destello de un colgante en la rama directamente superior a mí. De modo que me erguí cuan largo era, y de un salto; como quien intenta coger una estrella, agarré con la mano ese collar.
De todos modos, podría haberlo llamado amuleto más bien, olía a magia y destellaba con una aureola iridiscente mientras descansaba sobre mi mano. Era bastante simple, con el dibujo de un círculo donde se encontraban tres puntos formando un triángulo circunscrito en el interior de la circunferencia.
Aterricé en la tierra del desierto levantando una polvareda de humo seco y sediento alrededor de mí. Me coloque el abalorio sobre los hombros, una vez hecho esto simplemente le di la espalda al sol que en estos momentos moría en pleno atardecer.
Fue así como, impulsado por los rayos naranjas del moribundo astro rey fui impulsado a seguir caminando. Caminando a ninguna parte en concreto, recuperando mi libertad al mismo tiempo que la tierra estéril se rompía y resquebrajaba bajo mis pisadas. 

jueves, 27 de diciembre de 2012

Sed roja: parte III

Poco a poco, como todas las mañanas de mi vida; volví a abrir los ojos y despegue los labios con una punzada de dolor. Labios que se encontraban pegados al suelo. Había dormido boca abajo en una mala postura y tenía el cuerpo agarrotado.
Tarde varios minutos en mover perezosa y costosamente mi musculatura acalambrada. Primero los brazos, después la espalda haciendo rotamientos y finalmente, las piernas para acabar por el cuello. El dolor no respeto ni un ápice de mi cuerpo.
Incluso cuando me incorporé sobre mis dos piernas. Con gran decepción, pude ver y sentir como mi pierna izquierda no respondía a mis órdenes, de modo que se doblo como una ramita. Así que yo caía de rodillas otra vez al suelo. Me costó parar la caída con las manos, y terminé en el suelo en una rara postura, medio de rodillas medio tumbado.
Fue en ese momento cuando me di cuenta de que la humedad cálida del día anterior se había convertido en una bruma sofocante que dificultaba mi respiración. Estuve unos minutos mirando ensimismado mis manos, parecían haber crecido o incluso estar creciendo en ese preciso instante. Todo era frenético.
Mi respiración aumentaba su velocidad mientras que mis pupilas se dilataban. Mis cabellos se erizaban al unisonó y mi piel se ponía de gallina. La lengua asomaba por la boca probando otra vez el sabor del sudor y las heridas ya casi curadas. Miles de palabras se agolpaban en mi cabeza. Palabras que nunca habían aparecido antes y viejas conocidas, entre las que se encontraban preguntas, conversaciones, respuestas y nombres. Un nombre en especial.
El de la serpiente. Un nombre que no reproduciré aquí por ser demasiado secreto y conocido al mismo tiempo como para poder escribirlo.
Fue el nombre mismo el que me trajo un fortísimo dolor de cabeza. Tan fuerte que me hacía gritar en un susurro al mismo tiempo que me retorcía en el suelo. La jaqueca era acompañada de singulares sensaciones. Podía sentir como las palabras brotaban por todos los poros de mi piel en un torbellino de luces naranjas y doradas que revoloteaban a mí alrededor.
Las letras y los pensamientos fluían a través de mi cuerpo como si fuera el canal perfecto para ellos hasta desembocar en espirales de los colores del sol. Espirales que hacían brillar las partículas de polvo que flotaban en esos momentos en la estancia. Partículas que eran impulsadas por mis respiraciones y los sonidos proferidos de mi garganta, gritos y susurros de dolor.
En esos momentos oía miles de voces en mi cabeza. Hablando, eran más bien trozos de conversaciones inconexas. Todas tomando lugar en mi mente sin que yo las autorizara. Creando el caos y la confusión. Tan pronto cambiaban de género como de contexto, mostrando una falta absoluta de interés en mi bienestar.
Los diálogos luchaban por mi atención, al principio lo intentaron subiendo su volumen. De forma que me encontraba en un mar de gritonas conversaciones inconexas, por si oír voces en tu cabeza mientras te retuerces de dolor rodeado de fantásticas y bellas espirales no fuera suficientemente malo.
Más tarde probaron a cambiar el tono que usaban. Algunas eran estridosamente agudas, como un pitido y otras estruendosamente graves, similares a un claxon. Incluso algunas en medio de la pelea constante decidieron mantener un tono monótono y pesado como quien lee el más aburrido de los libros.
El turno del tercer intento llegó cuando un grupo de conversadores, por llamarlos así, decidió cambiar el timbre de las voces. Algunas pasaron a ser metálicas, otras imitaron a mis amigos y conocidos, las de más acá cambiaron hasta el punto de hablar en ladridos mientras que las de más allá usaban zumbidos insectoides.
Fue en este tercer intento cuando caí desfallecido al suelo, incapaz de soportar el ritmo de millones de conversaciones al mismo tiempo en mi cabeza.
Justamente cuando rocé el suelo con los labios sucedió algo todavía más extraordinario. De repente las voces se acallaron con un murmullo hueco al mismo tiempo que durante unos segundos levité a dos centímetros del suelo mientras que las espirales se iban igual que vinieron.
Yo observaba este espectáculo con los ojos dilatados. La respiración poco a poco se fue normalizando. El pelo volvió a su lugar tradicional. Todo ello inmovilizado flotando encima del suelo. Sin poder mover un solo musculo. Elevación que duro hasta que la última de las espirales se desvaneció. Momento en el que apareció la serpiente siseando de entre las sombras y yo caí calmada y tranquilamente por tercera vez consecutiva al suelo. La serpiente se acercó reptando hasta mi y noté que mis músculos de habían destensado, todos menos los de la pierna izquierda.
La misma pierna que me fallo en mi primera caída. Estaba como muerta, igual que si estuviera hueca, falta de hueso, de columna que la soportase. Se parecía más a una rama que a una pierna. No sé como logré incorporarme lentamente y medio sentado.
Pero una vez hecho esto pude observar como mi pierna había adquirido un extraño color amarillento durante la noche. Un color que se iba oscureciendo hasta el naranja situado en forma de mancha abrigando una mordedura.
Mordedura en la que se dejaban ver sin ningún tipo de pudor las dos perforaciones hechas por los colmillos de la serpiente. Incluso supuraba algo blanco que se mezclaba con el sudor. En la zona de la herida la piel estaba ligeramente levantada por efecto de la ponzoña inyectada mientras dormía. Era tan repulsivo que no se cómo en medio de mis mareos y nauseas envenenadas logre reprimir el desmallo.
La serpiente simplemente siseo algo que mis oídos no llegaron a entender. La fiebre subía a cada silaba que salía de esa boca que había mordido mi pierna. Puede que quisiera decir que eso era el precio por el agua y haberme salvado de la deshidratación, un par de días de mal estar general. Aunque también puede que fuera una despedida.
Porque después de pronunciar las palabras que fueran las que fuesen que pronunciaron, volvió a la oscuridad y se fue de su propia madriguera usando como salida un agujero diminuto por el que no cabía ni mi mano. Adiós serpiente. Simplemente se fue y no volvió más.
Pese a todo no perdí la esperanza, decidí esperarla por si volvía. De todos modos no podía ponerme en pie por mí mismo y tumbado recibiendo el calor húmedo de la estancia volviendo a ayunar forzosamente durante dos largos, aburridos y febriles días esperé en vano a mi salvadora.
El calor era agobiante y pegajoso. El sudor se convirtió en mi segunda piel. Una piel que luchaba por pegarme eternamente los párpados a los ojos. Los cuales impulsados por la calenturienta fiebre, los mareos y el sueño no tardaron en ceder para hacer que pasara el primer día durmiendo.
En el segundo día la fiebre debió de decidir darme un respiro y bajar. Fueron unas agradables vacaciones febriles en las que pase de cerca de 40º a los 37º. Aún así seguía siendo dueño de un cuerpo que no me respondía, parecía más bien un muñeco de trapo impulsado por corrientes calientes de aire.
Me levanté tambaleante y con un malsano embotamiento en las tripas. Podía emitir más sonidos por el estomago que por la boca misma. Las heridas estaban casi curadas pero no tenía fuerzas ni para respirar por la boca. El más mínimo soplo de aire me habría tumbado y dudo que mi cuerpo me permitiera volver a ponerme en pie.


martes, 11 de diciembre de 2012

Sed roja: Parte II

El destino, como no podía ser otro; era el árbol seco. Quien tenía la parte baja abultada como un vientre bien nutrido que se abría dejando el espacio justo para que yo y la serpiente pudiéramos pasar. 
Después de franquear el arco más o menos ojival que se había formado naturalmente tuve que esperar unos minutos a que mis ojos se acostumbraran al lugar. Minutos durante los cuales pude comprobar que el sitio era relativamente húmedo. Aunque muchísimo más agradable que el exterior. Se podría comparar incluso con una lujosa residencia con control de temperatura. El olor que reinaba era de madera, un olor dulzón agradable y acogedor. Puede que fuera ese olor lo que hizo que mis músculos se destensaran y me empujará a sentarme.
En cuanto mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, dejándome en penumbra pude determinar porque mi asiento pese a ser cómodo estaba tan bajo. Era un simple cumulo de cuerdas dispuestas en espiral como si formará una extraña alfombra. Me encontraba sentado de modo que mis piernas desnudas y estiradas rozaban el suelo arcilloso del refugio y mi espalda se apoyaba en la corteza interior del árbol.
El nivel del suelo debía de haber sido rebajado artificialmente, por que el agujero de cuatro metros aproximadamente debía de estar a cosa de metro y algo más del suelo. Así que mi cabeza quedaba casi a ras de la entrada teniendo que usar los brazos para subir.
Aunque poco importaba en mi actual postura de relajación. Donde aunque la oscuridad me lo impedía ver, podía sentir como la serpiente me observaba fijamente. Estuve un tiempo sentado recuperándome mientras que ella no paraba de mirarme fijamente, con esos ojos de serpiente negros que no pestañeaban.
Tuvo que pasar bastante tiempo y puede que incluso hubiera sesteado un poco, de golpe decidí cruzar mis piernas y sentarme en la postura de rodillas cruzadas. 
Como si hubiera estado esperando ese momento, la serpiente decidió hablar. Si, hablar. Puede que fuera la falta de sueño, alimento y agua lo que me hacía alucinar, que simplemente estuviera loco o que las serpientes solo hablan con los humanos cuando están a solas. ¿pero qué estoy diciendo? Claro que no, las serpientes no hablan nunca con humanos. Puede que de repente yo entendiera el idioma serpiente. A fin de cuentas antes había entendido que no debí comerme el gusano. ¿O era solamente lo que creí entender? Demasiada información para procesar. Personalmente creo que salí ganando callando hasta el último ápice de mi ser para escuchar el monologo de la serpiente.
Quien asomo lo justo su cabeza negra para que el resto del cuerpo quedará en penumbra y empezó a hablar, al poco tiempo quedo claro que su lenguaje daba saltos en el tiempo. De pronto era arcaico y educado para pasar a ser moderno y rápido.
No, no te levantes tranquilo, tomate tu tiempo para acomodarte no necesito tumbarme, el invitado hoy eres tú. Aunque ya estoy viejo, más viejo seré cuando acabe de hablar contigo ¿no?
Bueno como respuesta a tu pregunta. Te diré que no soy una serpiente realmente. Esta es solo una de las múltiples formas que puedo adoptar, aunque esta me pareció de las más educadas y cómodas para este encuentro en pleno desierto. A lo largo de la historia he tomado muchos aspectos y nombres, de mujer, hombre, planta, animal, objeto y en definitiva cualquier cosa que puedas imaginar. Tantos nombres que no recuerdo el mío propio, tantos aspectos que mi esencia se diluyo en cada forma que adopté
Yo pude ver como Poncio Pilato se lavo las manos cuando fue muerto el primer hippie de la humanidad. Y también vi como el hombre primitivo del que desciendes pintaba su caza deseada en las paredes de cuevas mientras que yo removía su paleta para que no se coagulara la pintura. El arte evoluciono y yo con él, gracias a unos de mis amigos italianos pude ver los excelentes dibujos de uno de sus mecenazgos; un tal Leonardo Da Vinci que ilustraba con todo detalle el cuerpo humano.
Aunque la medicina no siempre fue así, hubo un tiempo en el que los chamanes realizábamos los ritos con cánticos y tambores a la luz de la luna. La misma luna que fue adorada por los griegos como Selene. Luna que con sus rayos baña la tierra fértil.
La tierra que acoge en su seno las raíces de las plantas que son la base de la dieta. Plantas como el trigo que es molido para ser transformado en pan y harina. El mismo pan que es comido en las gradas de Roma durante las peleas de gladiadores, un alimento que fue creado como papilla cerca del Nilo y las palmeras en Egipto y es sustituido en Asia por el arroz.
Arroz que viene a la península ibérica de mano de los musulmanes. Una gente que más tarde entro en derramamiento de sangre con los cristianos. Cristianos que más tarde nos dividimos y decidimos matarnos entre nosotros mismos.
Cristianismo, por cierto la religión que domina el mundo occidental ahora mismo. En confrontación diría con el budismo oriental. Cuyos monjes para ejecutar sus sentencias y no romper la máxima de un budista no mata una mosca. Dejábamos moribundos a los “ejecutados”.
Igual de moribundos que deja el trabajo de la tierra ajena al campesino. Cercanía a la muerte que nos impulso a matar al Zar y sus ministros en Rusia. 
[…] He tomado el té con las más finas reinas en sus palacios. Y he bebido en los peores tugurios junto a las peores compañías, viciosos, jugadores, prostitutas, reprimidos, borrachos, taberneros, ricos venidos a menos y escritores malditos. Todos ellos han gozado de mis conversaciones o incluso de mis puños.
Pero razones muy distintas inspiraron a Armstrong cuando piso la luna, por no hablar del inventor del coche, la televisión, la bombilla, el ordenador e incluso el vidrio o la cocina francesa.
Espero no haberte aburrido mucho con esta breve clase de historia, de todos modos los bostezos te delatan huésped, debes de tener sueño pese a que yo me deje casi todo en el tintero. Tranquilo muy pronto podrás dormir
Me parece que quieres beber algo. No hace falta que bebas con tantas ansías. Se nota por tu cara que la simple idea del agua te anima el alma. Bueno no es mucha pero te puedo dar algo. Aquí tienes un tazón de arcilla con agua. Albergo cierta esperanza en que no te moleste su estado marronaceo, es lo mejor que he podido encontrar por la zona. […]




domingo, 9 de diciembre de 2012

Sed roja: Parte I

Os paso uno de los citados sueños fragmentado en varias dosis ;·
Lo dicho, disfrutarlo si les place estimados lectores

*hace reverencias postrándose ante el ordenador*




Estaba corriendo completamente desnudo en un paramo desolado. Con un sol sangrante que coloreaba el cielo de un irreal rojo y caldeaba el aliento del viento hasta límites insospechados. Tanto calor hacia, que la vida era imposible en el desierto en el que me encontraba, ni un solo cactus crecía.
No sé por qué corría, podría ser que huyese o buscase algo, puede que incluso alguien. El caso es que una cosa era segura, llevaba días puede que semanas o incluso meses corriendo sin descanso. Mi piel se había quemado tanto por el camino que ahora estaba bronceada y era completamente insensible al astro rey. Mis labios tenían costras de piel seca alrededor, el sudor le daba un sabor salado a mi piel y el mismo sol agrietaba mi garganta.
Agrietada también estaba la tierra arcillosa que pisaba. Completamente deshidratada por la sequia, las grietas en la tierra describían figuras geométricas caprichosas sobre las que pisaban mis pies.
Unos pies que estaban cansados y mal heridos por el esfuerzo, pero que pese a todo seguían funcionando atenuando el ritmo.
Sin embargo esto no influía al panorama desolador y completamente vacío del desierto agrietado donde me encontraba, vacío en su totalidad por la excepción de un árbol muerto en lo que parecía la cercanía pero realmente era una lejanía insospechada. Ante mi se cernían miles de kilómetros de tierra estéril con un árbol muerto enfrente.
Sin que ninguna de estas condiciones adversas me importase me sentía solo, y completa y gozosamente libre. Sin preocuparme por esas naderías sin importancia. Alegre de poder correr hacia donde quisiera. De hecho lo hacía como un loco. Podía seguir adelante o dar la vuelta cuando quisiera.
El único problema real era mi soledad, quien acompañada únicamente por mi cansancio me incito a parar de correr para caminar. Fue en esta transición cuando trague mi saliva, la que al deslizarse por mi garganta y provocarme dolor me hizo darme cuenta de lo mal que estaba todo.
Estaba hambriento, sediento y cansado. Sin refugio alguno o protección de ningún modo, por no hablar de la imposibilidad de acallar la cantinela de mí estomago. Pero por encima de todo estaba el hecho de estar solo, agobiante y aterradoramente solo.
De repente esa libertad se torno en opresión e indecisión ¿A dónde debería dirigirme? ¿Debería correr o caminar? ¿Qué haría cuando llegase? ¿Y si no llegase? ¿Pasaría algo si me quedase quieto esperando la muerte? ¿Podría conciliar el sueño en ese territorio hostil? ¿Y qué probabilidades de morir tenía si volviese a emprender otra caminata o carrera?
Sin saber cuánto tiempo transcurrió mientras meditaba sobre mis dudas de pie sin que el sol decidiera aflojar una gota de clemencia sobre mí. Fije mi mirada en el suelo, desviándola del astro rey que decidió descargar su ira sobre mi cuerpo. Con cuidado de no apretar los labios para no sentir dolor ni hacer movimientos bruscos que envolvieran a la garganta.
Fue en ese momento cuando vi mi primera comida en mucho tiempo. Entre la tierra había semienterrado un diminuto gusano, más pequeño que mi dedo pulgar. Obviamente en el instante que lo vi no me pare a hacer contemplación alguna. Simple y llanamente me agache en la medida que mis pies me lo permitían, cogí al gusano por la cabeza mientras me miraba atentamente. Y lo introduje en mi boca. Trague sin masticar.
Mala idea. El insecto seguía vivo y decidió reptar por mi boca y esófago. Provocándome cosquillas, seguramente si mi estomago hubiese recibido alimento anterior habría vomitado. Pero por la falta del mismo me limite a toser hasta que el gusano surco el aire del maldito secarral donde me encontraba entre pequeñas gotas de saliva aterrizando en un charquito rápidamente evaporado de babas. Huelga decir, que para cuando llegue el gusano estaba muerto.
De tal manera que recogí el cadáver y por vez segunda lo introduje entre mis dientes. Esta vez masticando y tragando logre llevar alimento a mi ser.
No tarde mucho en sentir que algo me decía que no debí haberlo hecho. Ese algo no era una de esas sensación extrasensorial de las historias baratas de terror, ni el escalofrió que te recorre la espalda, ni el sudor; ni si quiera el mal sabor de boca que me dejo el bicho. Ese algo era más bien alguien. Una voz aterciopelada, perfecta y suavemente modulada que decía que no debí haber ingerido mi último bocado.
Provenía de mi espalda, y con el corazón en un puño, con el dolor de todo mi cuerpo y mis labios ardiendo poco a poco, muy poco a poco como si temiese lo que fuera a ver me gire. Lentamente, con la misma carencia de velocidad que inicie el giro oí un seseo, todo ello para encontrar una enorme serpiente de piel negra, oscura y vetusta erguida detrás de mí.
Aunque el hecho de tener una serpiente desconocida de proporciones difusas y poco descriptibles no era lo que me hizo quedarme paralizado del propio terror. Más bien eran sus ojos, como si fueran dos joyas redondeadas perfectamente negras daban la impresión de haber existido durante evos o milenios. Aún hoy esos ojos negros, profundos y brillantes pueblan mis pensamientos.
En el mismo momento que me vio el reptil, tranquilamente se dio la vuelta sobre su piel negra girando hasta encarar el árbol seco. Comenzando su recorrido, invitándome a seguirla para volver a ver sus ojos.
De modo que fatigado aunque con un interés retomado en la vida en si misma comencé el camino que trazaba mi reptiliana amiga delante de mí.
A medio camino dimos un giro de ciento ochenta grados, en el cual pude ver como unas escamas de piel muerta se quedaban pegadas a la tierra arcillosa que pisábamos. Manteniéndose en todo momento delante y sin dar importancia a si yo la seguía o no, introdujo su boca en un agujero del suelo.
Una madriguera de donde saco un mamífero blanco que engullo sin más detenimientos para proseguir su marcha sin detenerse. Cosa que a mí no me importo y metí la mano en el hogar de las criaturas.
Tarde unos agobiantes y calurosos segundos en dar con uno de ellos, imagino que el único que no estaba aterrado por mis repetidos arañazos en las paredes con las uñas desaliñadas acompañadas de las yemas. Obtuve una diminuta cría de menor tamaño que mi puño, aproximadamente la mitad. Creo que no es necesario decir cuál fue el final del joven conejo, devorada su carne y bebida su sangre mientras aún se movía.
Y después de este ligero tentempié que atenta contra todas leyes civilizadas creadas por el hombre. Repase mis labios heridos; pegajosos y húmedos por la sangre para disponerme a seguir a quien me llevó hasta la comida más decente que había tenido en meses. Ahora que lo pienso me extraña, que no me sorprendiera encontrar vida en aquel páramo muerto.
Curiosamente aunque me pareció que había aumentado su velocidad, pude acortar fácilmente los veinte metros que nos separarían hasta convertirlos en cinco. Siempre mientras ambos continuábamos nuestras marchas constantes, pese a todo yo me mantuve hasta que llegamos a nuestro destino a cinco metros de distancia de mi guía.



Declaración de intenciones oníricas

Uff parece que tengo esto más abandonado que nunca
Desde Agosto sin dar señales de vida, paradójicamente ahora también escribo más que nunca.
¿será por los exámenes?
¿o puede que sea por que ahora escribo en un cuaderno para no acercarme insanamente al ordenador?
¿qué me decís de la posibilidad de que el culpable de tamaño crimen sea simplemente que ni yo me meto por este blog?
Aunque también puede que nada de este este ocurriendo y todo sea un sueño.
Sueños.
De eso mismo os quería hablar, esas imágenes que vierte nuestro inconsciente en nuestra mente cuando dormimos. Se infiltran entre nuestros nervios con el objetivo de desdibujar lo que llamamos realidad para dibujar ellos mismos otro mundo alternativo. Un paisaje nuevo con toda su fauna y flora propias. Un castillo del más puro cristal que refleje los rayos del sol o un universo que refleje nuestra vida cotidiana como un espejo.
Este monologo improvisado se debe en parte a que lo único que encuentro por el ordenador son sueños que he ido escribiendo, y en parte a que los escribí pensando en su futura publicación por estos lares del ciberespacio.
Así que de momento seguiré publicando sueños, pero esta vez creo, espero que mucho mejor escritos que el anterior.
Disfrutarlos si queréis, compartirlos con vuestros amigos (o enemigos si no os ha gustado) pero sobre todo no os olvidéis de que un blog realmente vive a través de los comentarios y suscripciones.

lunes, 20 de agosto de 2012

Marea roja - Un sueño del caminante

Disculpad mi falta de actividad últimamente, es que pese a estar de vacaciones sigo sin tener un minuto. De modo que al noche y el sueño es de lo poco que me queda. Curioso ¿no?
Especialmente curioso después del sueño que tuve anoche y os he transcrito por aqui, disfrutarlo, leerlo (si podéis  y como siempre me interesa vuestra opinión


Estoy flotando en una piscina inmensa llena de un líquido rojo. Parecido a lo que podría ser agua con arcilla, similar a la sangre pero sin sus olores ni su tacto.
Me encuentro haciendo el muerto, tumbado bocarriba mirando al cielo. Un cielo rojo y anaranjado sacado de la más vivida ensoñación. Mis manos están estiradas al igual que mis pies, de tal forma que da la impresión que estoy crucificado.
La única diferencia con la crucifixión es que yo tengo libertad de movimiento para poder impulsarme con mis brazos como de hecho hago. Me impulso suavemente, sin apenas esfuerzo dejando que el líquido rojizo fluya entre mis manos y acaricie mi cuerpo desnudo.
Cuerpo que no es el que suelo ver, de un color rojo profundamente oscuro es salpicado por el fluido que lo rodea y se vuelve más oscuro en cada impulso; en cada salpicón y humedecimiento de la piel.
No sé cuánto tiempo transcurre hasta que simplemente me canso de impulsarme, siempre mirando hacia arriba. De forma que vuelvo a hacer el muerto, disfrutando de la sensación de relax que produce en mi.
Al rato de disfrute y distensión muscular y mental. Algo aferra mi mano derecha. Dándole un fuerte tirón hacia abajo.
Tampoco sé cómo, pero llego a la conclusión de que esa mano negra no es otra cosa que la locura. Locura que me sumerge en el agua, al principio sin introducir mi cabeza.
Hasta que encuentro placentera también esta postura pese a lo violenta y tensa que hay en ella. Y de repente, el estirón de la mano aumenta de intensidad. De forma que sumergida queda de igual forma que el resto de mi cuerpo mi cabeza.
Pese a todo sigo encontrando relajante y gozosa esta situación, permitiendo que esa mano negra me empuje hacia abajo sin que yo muestre ninguna resistencia. Aunque por mucho que tire no llega a hundirme completamente, es como si me quisiese flotando a un centímetro de la superficie, igual que un juguete de plástico que se encuentra a la deriva pasivamente o como una bolsa del mismo material.
De repente mi mente vuelve a reaccionar, y me percató de la autentica situación. Del peligro que corro, así que rápidamente intento salir de mi sesión de buceo involuntaria con mi brazo izquierdo por ser el único que puedo mover. El cual se había vuelto de un blanco brillante en contraste con el derecho que ahora era una luz negra.
Sigo sin ser capaz de asimilar como logré emerger a la superficie. La cosa es que cuando lo hice jadeante y echando el agua rojiza por la boca mi primer impulso es nadar hacia la orilla. Impulso que más tarde es corroborado por el despertar de mis sentidos. Quienes me gritan que ese olor, sabor y tacto es el de la sangre.
Otra falta de pensamiento lógico se encuentra a como llegue a subir al bordillo de la piscina y lo que vi una vez me encarame y me senté en él. Mi cuerpo empapado de sangre e incluso pegajoso no tenía fuerzas para salir corriendo, ni si quiera para girar la cabeza y apartar la vista de lo que ella captaba. Incluso me costó darme cuenta de que mis brazos volvían a tener el mismo color que el resto del cuerpo.
Ante mi se encontraban dos copias exactas de mi mismo, desprovistas de pelo alguno. Una completamente negra salvo sus ojos y sus afilados dientes (mejor dicho fauces) del más brillante de los blancos. Mientras que la otra era su antítesis, completamente blanca y con ojos y fauces de un negro casi luminoso.
Ambas se encontraban peleando y nadando en la piscina. Hasta que se abrazaron mutuamente en el centro exacto de ella. Y se mantienen en el aire durante unos cinco segundos. Durante los cuales la figura negra aprovecha para morder el hombro derecho de su enemiga.
Cuando vuelven a surgir en medio de chapoteos violentos y furiosos en agua de la  piscina de sangre. Pude ver como ambas figuras se estaban devorando mutuamente. Dejando ver su musculatura palpitante por medio de zonas sin piel, que había sido arrancada de su correspondiente lugar.
Apenas unos breves instantes duro esta imagen, por que volvieron a sumergirse mientras hundían sus bocas en el cuerpo de sus enemigos desgarrando carne. Pasaron unos minutos, no sé si muchos o pocos, hasta que me percate de que ambos estaban muertos y no respirarían más.
Un parpadeo después y lo único que se, es que yo había vuelto a hacer el muerto en la piscina. Esta vez, mientras trozos de carne, torax y huesos salían a la superficie a mi paso.
Mientras mi única certeza es que yo estaba vivo y respirando, además de disfrutando

martes, 17 de julio de 2012

Madness: Cap 4)


Con la ropa alborotada y mientras se intentaba colocar la corbata apareció su jefe en su cubículo, tirándo en un descuido la foto del hijo de Gabriel. Le dijo:
-García, tenemos… tenemos que hablar de lo sucedido. Puede tomarse el día libre hoy; venga conmigo a la cafetería.
Normalmente Gabriel habría aceptado un día libre sin dudarlo. Pero en su estado esperó unos segundos para responder; segundos que no fueron contados por ser interminables para su superior y brevísimos para él.
-Do … Don Paaaco –hizo un gallo en las “a”´s prolongadas- nada .. nada me gustaría más pero –se repaso los labios con la lengua- hoy tengo mucho trabajo y no se s…
- Le he dicho que se venga conmigo –reiteró su jefe levantando un poco la voz y volviendo a ser quien era por un momento-.
-Lo ..lo que usted quiera señor mío.
De modo que Don Paco y Gabriel abandonaron la cuarta planta y se dirigieron solos a la cafetería en el ascensor. Lugar donde obviamente García bajo la cabeza y el cerdo trajeado sudoroso que tenía cerca se limito a guardar silencio y rebuscar en su bolsillo del pantalón.
Cuando llegaron a la segunda planta (cafetería y comedor) el jefe jefazo saco del bolsillo las llaves de la cafetería y la abrió para ellos dos. Dio un pequeño empujón a la puerta y esta se abrió estremecida dejando entre ver una pequeña cafetería a oscuras.
El hombre con mayor cargo no tardo ni cinco segundos en encender las luces de la estancia para iluminar diez mesas rectangulares metálicas con sus respectivas doce sillas por cabeza 1. Agrupadas en dos líneas de cinco mesas sobre las baldosas.
La cafetería era uno de los lugares más apreciados por los trabajadores. Solía ser acogedora, con olor a cafeína y cierto barullo agradable… solía.
A esa hora de la mañana, era sombría, fría y gris. Como un día ventoso que respirase ira y soledad entre las paredes desnudas. Lo que obviamente no ayudo a que Gabriel se calmase y a qué su jefe se le pasara el enfado.
Cuando el segundo prácticamente arrancó dos sillas de la mesa más alejada a la puerta y volvió sobre sus pasos dos veces, la primera para cerrar la puerta y la segunda para sentarse. A continuación le ordeno a su subordinado que sirviera dos cafés bien cargados. En cuento lo hizo, García no tardó en decir:
-Se.. se … se .. se, se, se .. señor .. –una breve pausa para coger aire- tengo un trato que ofrecerle.
- Sorpréndeme gusano chupatintas- bufó su jefe sin ocultar su amor hacia él-.
-Me imagino … que usted –breve pausa para aflojarse la corbata sudorosa- sabe mi situación económica.
-Sabrá –le corrigió su jefe, para luego seguir-. Pues no, ni me se tus miserias ni me importan realmente, pero me imagino que me las vas a contar –añadió con la misma mueca de quien chupa un limón-.
-Pues .. –se armo de valor en este punto, tanto que se levanto de la mesa 2- ¿sabes 3? No sé si te importa. ¡ Pero a quien si le importa que hagas con otras mujeres es a tú esposa ¡–dijo García levantando la voz-
-Chiist ¿Quieres que nos despidan a los dos? –Dijo mientras acercaba su cara de jefe jefazo a la del oficinista- Siéntate tranquilamente y hablaremos.
Después de un par de miradas tensas demasiado tensas para describirlas en este relato. Paco consiguió que el señor García se sentra frente a él en la cafetería.
Ambos removieron el café con la cucharilla y lo bebieron. Don Paco con monotonía y lentitud. Y García el oficinista lo hizo lentamente y con una sonrisa en la boca como si disfrutará de esa sensación de poder.
Cuando dejó la taza en la mesa de un golpe, dijo:
-Bueno te lo resumiré – se limpio la boca con la manga de su camisa- necesito dinero para seguir viviendo y criar a mi hijo.
Paco tardó unos segundos en procesar la información. Era la primera vez que alguien se atrevía a pedirle un aumento en todo su tiempo en la empresa. Y menos aún se lo habían pedido en esas circunstancias en las que le era imposible negarlo. De modo que intentó dar un rodeo a continuación de cerca de minuto y medio en tenso silencio :
-Bueno …. Gabriel, usted sabe … como está la empresa actualmente –breve pausa para ahora ser él el que se aflojará la corbata-  Si .. Dispusiéramos de un par de meses .. tres como mucho .. podríamos disponer de efectivo suficiente para …
En ese momento de duda lo interrumpió su empleado, diciendo:
-Me repito –otro breve parón para formar una sonrisa siniestra- creo que su mujer tardaría menos de tres meses en pedir el divorcio.
Después de ver como por primera vez en su vida Gabriel perdía los estribos, no se achantaba ni se dejaba intimidar. El jefe jefazo se arranco la corbata de su cuello y la dejo en la mesa diciendo simplemente:
-Jooder … -paro un momento para inconscientemente echarse la mano al bolsillo - ¿cuánto necesitas?
- Un aumento, no quiero que me des un dinero y se acabe. –Esbozó una sonrisa maquiavélica de autoconfianza- Creo que amos a ser amigos durante mucho tiempo.
La única respuesta de su jefe fue dejar una tarjeta de visita blanca con letras negras y perfectamente recortada en la mesa. Con tanta fuerza que más bien pareció que en lugar de un recorte de cartulina impreso dejaba una pila de libros.
Después de dejar el rectángulo de cartulina blanca estampado en la mesa. Simplemente se fue dejando a solas a García y su número de teléfono.


1 Bueno, en lugar de cabeza, por cada cuatro patas
2 Me imagino que por fin habría explotado
3 Hizo un hincapié residual de su levantamiento en ese “sabes”