jueves, 27 de diciembre de 2012

Sed roja: parte III

Poco a poco, como todas las mañanas de mi vida; volví a abrir los ojos y despegue los labios con una punzada de dolor. Labios que se encontraban pegados al suelo. Había dormido boca abajo en una mala postura y tenía el cuerpo agarrotado.
Tarde varios minutos en mover perezosa y costosamente mi musculatura acalambrada. Primero los brazos, después la espalda haciendo rotamientos y finalmente, las piernas para acabar por el cuello. El dolor no respeto ni un ápice de mi cuerpo.
Incluso cuando me incorporé sobre mis dos piernas. Con gran decepción, pude ver y sentir como mi pierna izquierda no respondía a mis órdenes, de modo que se doblo como una ramita. Así que yo caía de rodillas otra vez al suelo. Me costó parar la caída con las manos, y terminé en el suelo en una rara postura, medio de rodillas medio tumbado.
Fue en ese momento cuando me di cuenta de que la humedad cálida del día anterior se había convertido en una bruma sofocante que dificultaba mi respiración. Estuve unos minutos mirando ensimismado mis manos, parecían haber crecido o incluso estar creciendo en ese preciso instante. Todo era frenético.
Mi respiración aumentaba su velocidad mientras que mis pupilas se dilataban. Mis cabellos se erizaban al unisonó y mi piel se ponía de gallina. La lengua asomaba por la boca probando otra vez el sabor del sudor y las heridas ya casi curadas. Miles de palabras se agolpaban en mi cabeza. Palabras que nunca habían aparecido antes y viejas conocidas, entre las que se encontraban preguntas, conversaciones, respuestas y nombres. Un nombre en especial.
El de la serpiente. Un nombre que no reproduciré aquí por ser demasiado secreto y conocido al mismo tiempo como para poder escribirlo.
Fue el nombre mismo el que me trajo un fortísimo dolor de cabeza. Tan fuerte que me hacía gritar en un susurro al mismo tiempo que me retorcía en el suelo. La jaqueca era acompañada de singulares sensaciones. Podía sentir como las palabras brotaban por todos los poros de mi piel en un torbellino de luces naranjas y doradas que revoloteaban a mí alrededor.
Las letras y los pensamientos fluían a través de mi cuerpo como si fuera el canal perfecto para ellos hasta desembocar en espirales de los colores del sol. Espirales que hacían brillar las partículas de polvo que flotaban en esos momentos en la estancia. Partículas que eran impulsadas por mis respiraciones y los sonidos proferidos de mi garganta, gritos y susurros de dolor.
En esos momentos oía miles de voces en mi cabeza. Hablando, eran más bien trozos de conversaciones inconexas. Todas tomando lugar en mi mente sin que yo las autorizara. Creando el caos y la confusión. Tan pronto cambiaban de género como de contexto, mostrando una falta absoluta de interés en mi bienestar.
Los diálogos luchaban por mi atención, al principio lo intentaron subiendo su volumen. De forma que me encontraba en un mar de gritonas conversaciones inconexas, por si oír voces en tu cabeza mientras te retuerces de dolor rodeado de fantásticas y bellas espirales no fuera suficientemente malo.
Más tarde probaron a cambiar el tono que usaban. Algunas eran estridosamente agudas, como un pitido y otras estruendosamente graves, similares a un claxon. Incluso algunas en medio de la pelea constante decidieron mantener un tono monótono y pesado como quien lee el más aburrido de los libros.
El turno del tercer intento llegó cuando un grupo de conversadores, por llamarlos así, decidió cambiar el timbre de las voces. Algunas pasaron a ser metálicas, otras imitaron a mis amigos y conocidos, las de más acá cambiaron hasta el punto de hablar en ladridos mientras que las de más allá usaban zumbidos insectoides.
Fue en este tercer intento cuando caí desfallecido al suelo, incapaz de soportar el ritmo de millones de conversaciones al mismo tiempo en mi cabeza.
Justamente cuando rocé el suelo con los labios sucedió algo todavía más extraordinario. De repente las voces se acallaron con un murmullo hueco al mismo tiempo que durante unos segundos levité a dos centímetros del suelo mientras que las espirales se iban igual que vinieron.
Yo observaba este espectáculo con los ojos dilatados. La respiración poco a poco se fue normalizando. El pelo volvió a su lugar tradicional. Todo ello inmovilizado flotando encima del suelo. Sin poder mover un solo musculo. Elevación que duro hasta que la última de las espirales se desvaneció. Momento en el que apareció la serpiente siseando de entre las sombras y yo caí calmada y tranquilamente por tercera vez consecutiva al suelo. La serpiente se acercó reptando hasta mi y noté que mis músculos de habían destensado, todos menos los de la pierna izquierda.
La misma pierna que me fallo en mi primera caída. Estaba como muerta, igual que si estuviera hueca, falta de hueso, de columna que la soportase. Se parecía más a una rama que a una pierna. No sé como logré incorporarme lentamente y medio sentado.
Pero una vez hecho esto pude observar como mi pierna había adquirido un extraño color amarillento durante la noche. Un color que se iba oscureciendo hasta el naranja situado en forma de mancha abrigando una mordedura.
Mordedura en la que se dejaban ver sin ningún tipo de pudor las dos perforaciones hechas por los colmillos de la serpiente. Incluso supuraba algo blanco que se mezclaba con el sudor. En la zona de la herida la piel estaba ligeramente levantada por efecto de la ponzoña inyectada mientras dormía. Era tan repulsivo que no se cómo en medio de mis mareos y nauseas envenenadas logre reprimir el desmallo.
La serpiente simplemente siseo algo que mis oídos no llegaron a entender. La fiebre subía a cada silaba que salía de esa boca que había mordido mi pierna. Puede que quisiera decir que eso era el precio por el agua y haberme salvado de la deshidratación, un par de días de mal estar general. Aunque también puede que fuera una despedida.
Porque después de pronunciar las palabras que fueran las que fuesen que pronunciaron, volvió a la oscuridad y se fue de su propia madriguera usando como salida un agujero diminuto por el que no cabía ni mi mano. Adiós serpiente. Simplemente se fue y no volvió más.
Pese a todo no perdí la esperanza, decidí esperarla por si volvía. De todos modos no podía ponerme en pie por mí mismo y tumbado recibiendo el calor húmedo de la estancia volviendo a ayunar forzosamente durante dos largos, aburridos y febriles días esperé en vano a mi salvadora.
El calor era agobiante y pegajoso. El sudor se convirtió en mi segunda piel. Una piel que luchaba por pegarme eternamente los párpados a los ojos. Los cuales impulsados por la calenturienta fiebre, los mareos y el sueño no tardaron en ceder para hacer que pasara el primer día durmiendo.
En el segundo día la fiebre debió de decidir darme un respiro y bajar. Fueron unas agradables vacaciones febriles en las que pase de cerca de 40º a los 37º. Aún así seguía siendo dueño de un cuerpo que no me respondía, parecía más bien un muñeco de trapo impulsado por corrientes calientes de aire.
Me levanté tambaleante y con un malsano embotamiento en las tripas. Podía emitir más sonidos por el estomago que por la boca misma. Las heridas estaban casi curadas pero no tenía fuerzas ni para respirar por la boca. El más mínimo soplo de aire me habría tumbado y dudo que mi cuerpo me permitiera volver a ponerme en pie.


martes, 11 de diciembre de 2012

Sed roja: Parte II

El destino, como no podía ser otro; era el árbol seco. Quien tenía la parte baja abultada como un vientre bien nutrido que se abría dejando el espacio justo para que yo y la serpiente pudiéramos pasar. 
Después de franquear el arco más o menos ojival que se había formado naturalmente tuve que esperar unos minutos a que mis ojos se acostumbraran al lugar. Minutos durante los cuales pude comprobar que el sitio era relativamente húmedo. Aunque muchísimo más agradable que el exterior. Se podría comparar incluso con una lujosa residencia con control de temperatura. El olor que reinaba era de madera, un olor dulzón agradable y acogedor. Puede que fuera ese olor lo que hizo que mis músculos se destensaran y me empujará a sentarme.
En cuanto mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, dejándome en penumbra pude determinar porque mi asiento pese a ser cómodo estaba tan bajo. Era un simple cumulo de cuerdas dispuestas en espiral como si formará una extraña alfombra. Me encontraba sentado de modo que mis piernas desnudas y estiradas rozaban el suelo arcilloso del refugio y mi espalda se apoyaba en la corteza interior del árbol.
El nivel del suelo debía de haber sido rebajado artificialmente, por que el agujero de cuatro metros aproximadamente debía de estar a cosa de metro y algo más del suelo. Así que mi cabeza quedaba casi a ras de la entrada teniendo que usar los brazos para subir.
Aunque poco importaba en mi actual postura de relajación. Donde aunque la oscuridad me lo impedía ver, podía sentir como la serpiente me observaba fijamente. Estuve un tiempo sentado recuperándome mientras que ella no paraba de mirarme fijamente, con esos ojos de serpiente negros que no pestañeaban.
Tuvo que pasar bastante tiempo y puede que incluso hubiera sesteado un poco, de golpe decidí cruzar mis piernas y sentarme en la postura de rodillas cruzadas. 
Como si hubiera estado esperando ese momento, la serpiente decidió hablar. Si, hablar. Puede que fuera la falta de sueño, alimento y agua lo que me hacía alucinar, que simplemente estuviera loco o que las serpientes solo hablan con los humanos cuando están a solas. ¿pero qué estoy diciendo? Claro que no, las serpientes no hablan nunca con humanos. Puede que de repente yo entendiera el idioma serpiente. A fin de cuentas antes había entendido que no debí comerme el gusano. ¿O era solamente lo que creí entender? Demasiada información para procesar. Personalmente creo que salí ganando callando hasta el último ápice de mi ser para escuchar el monologo de la serpiente.
Quien asomo lo justo su cabeza negra para que el resto del cuerpo quedará en penumbra y empezó a hablar, al poco tiempo quedo claro que su lenguaje daba saltos en el tiempo. De pronto era arcaico y educado para pasar a ser moderno y rápido.
No, no te levantes tranquilo, tomate tu tiempo para acomodarte no necesito tumbarme, el invitado hoy eres tú. Aunque ya estoy viejo, más viejo seré cuando acabe de hablar contigo ¿no?
Bueno como respuesta a tu pregunta. Te diré que no soy una serpiente realmente. Esta es solo una de las múltiples formas que puedo adoptar, aunque esta me pareció de las más educadas y cómodas para este encuentro en pleno desierto. A lo largo de la historia he tomado muchos aspectos y nombres, de mujer, hombre, planta, animal, objeto y en definitiva cualquier cosa que puedas imaginar. Tantos nombres que no recuerdo el mío propio, tantos aspectos que mi esencia se diluyo en cada forma que adopté
Yo pude ver como Poncio Pilato se lavo las manos cuando fue muerto el primer hippie de la humanidad. Y también vi como el hombre primitivo del que desciendes pintaba su caza deseada en las paredes de cuevas mientras que yo removía su paleta para que no se coagulara la pintura. El arte evoluciono y yo con él, gracias a unos de mis amigos italianos pude ver los excelentes dibujos de uno de sus mecenazgos; un tal Leonardo Da Vinci que ilustraba con todo detalle el cuerpo humano.
Aunque la medicina no siempre fue así, hubo un tiempo en el que los chamanes realizábamos los ritos con cánticos y tambores a la luz de la luna. La misma luna que fue adorada por los griegos como Selene. Luna que con sus rayos baña la tierra fértil.
La tierra que acoge en su seno las raíces de las plantas que son la base de la dieta. Plantas como el trigo que es molido para ser transformado en pan y harina. El mismo pan que es comido en las gradas de Roma durante las peleas de gladiadores, un alimento que fue creado como papilla cerca del Nilo y las palmeras en Egipto y es sustituido en Asia por el arroz.
Arroz que viene a la península ibérica de mano de los musulmanes. Una gente que más tarde entro en derramamiento de sangre con los cristianos. Cristianos que más tarde nos dividimos y decidimos matarnos entre nosotros mismos.
Cristianismo, por cierto la religión que domina el mundo occidental ahora mismo. En confrontación diría con el budismo oriental. Cuyos monjes para ejecutar sus sentencias y no romper la máxima de un budista no mata una mosca. Dejábamos moribundos a los “ejecutados”.
Igual de moribundos que deja el trabajo de la tierra ajena al campesino. Cercanía a la muerte que nos impulso a matar al Zar y sus ministros en Rusia. 
[…] He tomado el té con las más finas reinas en sus palacios. Y he bebido en los peores tugurios junto a las peores compañías, viciosos, jugadores, prostitutas, reprimidos, borrachos, taberneros, ricos venidos a menos y escritores malditos. Todos ellos han gozado de mis conversaciones o incluso de mis puños.
Pero razones muy distintas inspiraron a Armstrong cuando piso la luna, por no hablar del inventor del coche, la televisión, la bombilla, el ordenador e incluso el vidrio o la cocina francesa.
Espero no haberte aburrido mucho con esta breve clase de historia, de todos modos los bostezos te delatan huésped, debes de tener sueño pese a que yo me deje casi todo en el tintero. Tranquilo muy pronto podrás dormir
Me parece que quieres beber algo. No hace falta que bebas con tantas ansías. Se nota por tu cara que la simple idea del agua te anima el alma. Bueno no es mucha pero te puedo dar algo. Aquí tienes un tazón de arcilla con agua. Albergo cierta esperanza en que no te moleste su estado marronaceo, es lo mejor que he podido encontrar por la zona. […]




domingo, 9 de diciembre de 2012

Sed roja: Parte I

Os paso uno de los citados sueños fragmentado en varias dosis ;·
Lo dicho, disfrutarlo si les place estimados lectores

*hace reverencias postrándose ante el ordenador*




Estaba corriendo completamente desnudo en un paramo desolado. Con un sol sangrante que coloreaba el cielo de un irreal rojo y caldeaba el aliento del viento hasta límites insospechados. Tanto calor hacia, que la vida era imposible en el desierto en el que me encontraba, ni un solo cactus crecía.
No sé por qué corría, podría ser que huyese o buscase algo, puede que incluso alguien. El caso es que una cosa era segura, llevaba días puede que semanas o incluso meses corriendo sin descanso. Mi piel se había quemado tanto por el camino que ahora estaba bronceada y era completamente insensible al astro rey. Mis labios tenían costras de piel seca alrededor, el sudor le daba un sabor salado a mi piel y el mismo sol agrietaba mi garganta.
Agrietada también estaba la tierra arcillosa que pisaba. Completamente deshidratada por la sequia, las grietas en la tierra describían figuras geométricas caprichosas sobre las que pisaban mis pies.
Unos pies que estaban cansados y mal heridos por el esfuerzo, pero que pese a todo seguían funcionando atenuando el ritmo.
Sin embargo esto no influía al panorama desolador y completamente vacío del desierto agrietado donde me encontraba, vacío en su totalidad por la excepción de un árbol muerto en lo que parecía la cercanía pero realmente era una lejanía insospechada. Ante mi se cernían miles de kilómetros de tierra estéril con un árbol muerto enfrente.
Sin que ninguna de estas condiciones adversas me importase me sentía solo, y completa y gozosamente libre. Sin preocuparme por esas naderías sin importancia. Alegre de poder correr hacia donde quisiera. De hecho lo hacía como un loco. Podía seguir adelante o dar la vuelta cuando quisiera.
El único problema real era mi soledad, quien acompañada únicamente por mi cansancio me incito a parar de correr para caminar. Fue en esta transición cuando trague mi saliva, la que al deslizarse por mi garganta y provocarme dolor me hizo darme cuenta de lo mal que estaba todo.
Estaba hambriento, sediento y cansado. Sin refugio alguno o protección de ningún modo, por no hablar de la imposibilidad de acallar la cantinela de mí estomago. Pero por encima de todo estaba el hecho de estar solo, agobiante y aterradoramente solo.
De repente esa libertad se torno en opresión e indecisión ¿A dónde debería dirigirme? ¿Debería correr o caminar? ¿Qué haría cuando llegase? ¿Y si no llegase? ¿Pasaría algo si me quedase quieto esperando la muerte? ¿Podría conciliar el sueño en ese territorio hostil? ¿Y qué probabilidades de morir tenía si volviese a emprender otra caminata o carrera?
Sin saber cuánto tiempo transcurrió mientras meditaba sobre mis dudas de pie sin que el sol decidiera aflojar una gota de clemencia sobre mí. Fije mi mirada en el suelo, desviándola del astro rey que decidió descargar su ira sobre mi cuerpo. Con cuidado de no apretar los labios para no sentir dolor ni hacer movimientos bruscos que envolvieran a la garganta.
Fue en ese momento cuando vi mi primera comida en mucho tiempo. Entre la tierra había semienterrado un diminuto gusano, más pequeño que mi dedo pulgar. Obviamente en el instante que lo vi no me pare a hacer contemplación alguna. Simple y llanamente me agache en la medida que mis pies me lo permitían, cogí al gusano por la cabeza mientras me miraba atentamente. Y lo introduje en mi boca. Trague sin masticar.
Mala idea. El insecto seguía vivo y decidió reptar por mi boca y esófago. Provocándome cosquillas, seguramente si mi estomago hubiese recibido alimento anterior habría vomitado. Pero por la falta del mismo me limite a toser hasta que el gusano surco el aire del maldito secarral donde me encontraba entre pequeñas gotas de saliva aterrizando en un charquito rápidamente evaporado de babas. Huelga decir, que para cuando llegue el gusano estaba muerto.
De tal manera que recogí el cadáver y por vez segunda lo introduje entre mis dientes. Esta vez masticando y tragando logre llevar alimento a mi ser.
No tarde mucho en sentir que algo me decía que no debí haberlo hecho. Ese algo no era una de esas sensación extrasensorial de las historias baratas de terror, ni el escalofrió que te recorre la espalda, ni el sudor; ni si quiera el mal sabor de boca que me dejo el bicho. Ese algo era más bien alguien. Una voz aterciopelada, perfecta y suavemente modulada que decía que no debí haber ingerido mi último bocado.
Provenía de mi espalda, y con el corazón en un puño, con el dolor de todo mi cuerpo y mis labios ardiendo poco a poco, muy poco a poco como si temiese lo que fuera a ver me gire. Lentamente, con la misma carencia de velocidad que inicie el giro oí un seseo, todo ello para encontrar una enorme serpiente de piel negra, oscura y vetusta erguida detrás de mí.
Aunque el hecho de tener una serpiente desconocida de proporciones difusas y poco descriptibles no era lo que me hizo quedarme paralizado del propio terror. Más bien eran sus ojos, como si fueran dos joyas redondeadas perfectamente negras daban la impresión de haber existido durante evos o milenios. Aún hoy esos ojos negros, profundos y brillantes pueblan mis pensamientos.
En el mismo momento que me vio el reptil, tranquilamente se dio la vuelta sobre su piel negra girando hasta encarar el árbol seco. Comenzando su recorrido, invitándome a seguirla para volver a ver sus ojos.
De modo que fatigado aunque con un interés retomado en la vida en si misma comencé el camino que trazaba mi reptiliana amiga delante de mí.
A medio camino dimos un giro de ciento ochenta grados, en el cual pude ver como unas escamas de piel muerta se quedaban pegadas a la tierra arcillosa que pisábamos. Manteniéndose en todo momento delante y sin dar importancia a si yo la seguía o no, introdujo su boca en un agujero del suelo.
Una madriguera de donde saco un mamífero blanco que engullo sin más detenimientos para proseguir su marcha sin detenerse. Cosa que a mí no me importo y metí la mano en el hogar de las criaturas.
Tarde unos agobiantes y calurosos segundos en dar con uno de ellos, imagino que el único que no estaba aterrado por mis repetidos arañazos en las paredes con las uñas desaliñadas acompañadas de las yemas. Obtuve una diminuta cría de menor tamaño que mi puño, aproximadamente la mitad. Creo que no es necesario decir cuál fue el final del joven conejo, devorada su carne y bebida su sangre mientras aún se movía.
Y después de este ligero tentempié que atenta contra todas leyes civilizadas creadas por el hombre. Repase mis labios heridos; pegajosos y húmedos por la sangre para disponerme a seguir a quien me llevó hasta la comida más decente que había tenido en meses. Ahora que lo pienso me extraña, que no me sorprendiera encontrar vida en aquel páramo muerto.
Curiosamente aunque me pareció que había aumentado su velocidad, pude acortar fácilmente los veinte metros que nos separarían hasta convertirlos en cinco. Siempre mientras ambos continuábamos nuestras marchas constantes, pese a todo yo me mantuve hasta que llegamos a nuestro destino a cinco metros de distancia de mi guía.



Declaración de intenciones oníricas

Uff parece que tengo esto más abandonado que nunca
Desde Agosto sin dar señales de vida, paradójicamente ahora también escribo más que nunca.
¿será por los exámenes?
¿o puede que sea por que ahora escribo en un cuaderno para no acercarme insanamente al ordenador?
¿qué me decís de la posibilidad de que el culpable de tamaño crimen sea simplemente que ni yo me meto por este blog?
Aunque también puede que nada de este este ocurriendo y todo sea un sueño.
Sueños.
De eso mismo os quería hablar, esas imágenes que vierte nuestro inconsciente en nuestra mente cuando dormimos. Se infiltran entre nuestros nervios con el objetivo de desdibujar lo que llamamos realidad para dibujar ellos mismos otro mundo alternativo. Un paisaje nuevo con toda su fauna y flora propias. Un castillo del más puro cristal que refleje los rayos del sol o un universo que refleje nuestra vida cotidiana como un espejo.
Este monologo improvisado se debe en parte a que lo único que encuentro por el ordenador son sueños que he ido escribiendo, y en parte a que los escribí pensando en su futura publicación por estos lares del ciberespacio.
Así que de momento seguiré publicando sueños, pero esta vez creo, espero que mucho mejor escritos que el anterior.
Disfrutarlos si queréis, compartirlos con vuestros amigos (o enemigos si no os ha gustado) pero sobre todo no os olvidéis de que un blog realmente vive a través de los comentarios y suscripciones.