sábado, 7 de abril de 2012

Madness: Cap 1)


Por fin os puedo traer el primer capítulo propiamente dicho de madness, ya os dije que voy a optar por la calidad y la espera más que por la cantidad.
Como siempre espero que os guste y espero criticas


Aún no sé las razones que me llevan a publicar este libro, pero bueno, es una historia que ha podido pasar en cualquier ciudad. Puede que incluso en tu ciudad. Obviamente he cambiado los nombres de algunos personajes y dejado otros intactos para causar confusión entre los “otros” (ya te lo explicare después).
Como ya te he dicho antes, he cambiado los nombres. Por si te interesa, nunca doy mi nombre de nacimiento si no es estrictamente necesario. Y es que los nombres dan poder a la otra persona sobre ti, mágicamente le da predominio a quien conoce el nombre.
Además quitándonos el rollo espiritual de encima en pleno siglo XXI es muy fácil hackear y suplantar identidades solo con un nombre y algo de tecnología. Os sorprendería saber lo indefensos que estamos. Todo desde el correo, hasta el facebook, pasando por cualquier blog o similar es leído por los “otros”.
Podría escribirte varias páginas sobre los “otros”, pero ahora mismo no estoy en una situación favorable. Temo incluso que si hablo en este momento un poco más sobre ellos, puedas empezar a tomarme como “el pirado de los otros” o me pongas un mote aún peor como “el otro pirado”.
El tiempo se me echa encima y quiero acabar hoy este capítulo como mínimo.  De modo que empecemos por el principio de la historia.
Todas las historias tienen un principio, de no ser así no podrían ser historias per se y serían otra cosa muy distinta. El problema es que casi nadie (en el fondo se podría quitar el casi) sabe donde empezó algo. Por lo que me veo obligado a elegir un principio cualquiera para esta historia, un hecho que en realidad es el final y el principio de otros acontecimientos… igualmente pasemos a nuestra historia ya.
Me encontraba sentado en un banco que fue blanco cuando salió de su fábrica. Pero ahora, gracias a la polución y la lluvia, se había vuelto grisáceo, con lágrimas negras surcando su faz de piedra.
Tanto él, como el resto de personas en la calle y yo estábamos sumergidos en una nube negra de gases proporcionada por los siervos de metal y gasolina que llamamos coches. Extrañamente todos los que daban vueltas por el centro a esas horas, eran negros. No había vehículo que no diera la impresión de mayor querer ser un coche fúnebre. Todos escupían sus gases como si de enfermos terminales se trataran, dejando ese asqueroso olor a gas en la atmosfera que denotan los residuos de la ignición.
En medio de esta nube de oscuridad que ocultaba al mismísimo astro rey, un rayo de sol intentaba abrirse hueco entre el aire contaminado. Ni que decir tiene que a consecuencia del oscurecimiento contaminante, a las seis de la tarde estábamos alumbrados por farolas en lugar del sol.
Yo me encontraba en el banco que antes fue blanco, cuando eran exactamente las seis y cinco con treinta y tres centilitros de limonada en una mano y mi portátil en el regazo. Tratando de escribir algo que mereciera la pena. Aun así parecía que ese día no iba a tener suerte.
A como treinta metros de distancia, en línea recta siguiendo el ángulo de noventa grados formado por mi portátil y mi pierna derecha. Se encontraba un tumulto de gente apiñada en frente de un atril, un escenario formado por un entablado de madera en el que se encontraba una mujer rubia, con el pelo cortado de forma que parecía un hombre. Vestida con esmoquin gris y corbata naranja. Con dos pendientes de bolas negras semiocultas entre su pelo enlacado.
La mujer era Angel Krupp, en poco tiempo había logrado ascender en las filas del partido de ultraderecha “Unión Naranja”  era un claro ejemplo de igualdad si lo pensamos bien. Las mujeres también pueden ser idiotas.
Como era imposible escribir decidí ir cogiendo fragmentos sueltos del discurso (lo podía escuchar desde allí gracias a unos “agradables” altavoces que habían colocado los miembros de la Unión Naranja). Solo escribía a ratos, y me sorprende que el Word no estallara, de todos modos os pongo algo para que veáis la tónica del discurso.
Todos los asistentes parecían zombies, uniformados,  vestidos con los grises y naranjas de la Unión. Pendientes como niños sin nada que hacer delante de la televisión. Cuando empecé a escribir habían acabado de proyectar un par de imágenes del fundador del partidor:
-          […] y en estos momentos de la historia, es necesario un nuevo líder. Alguien que nos guie en la batalla contra los camaradas chinos y cubanos, contra los desviados y los que nos quitan el trabajo.
(en este punto el público se emociono y se oyeron vítores)
[…] y esa nueva líder esta aquí y ahora, delante de vosotros compañeros, hablándoos.  
(Aquí varios miembros del partido que la apoyaban, se frotaron las manos, se relamieron un labio bigotudo o no reprimieron una sonrisilla de oreja a oreja)
[…] Yo acuso al gobierno de negligencia general, al no permitir el uso de armas atómicas. Nuestra gloriosa Armada Invencible hará huir en desbandada a los sacatripas de nuestros enemigos. ¡¡ Somos el cambio que el país necesita, no solo el país, el mundo entero !!
(si lo de antes eran vítores ahora Krupp había desatado las más intrínsecas apasiones de su público)
-Otra cuestión…
(breve parón hasta que los asistentes se callaran mientras se repasaba los labios cubiertos de maquillaje)
-… otra cuestión, compañeros, es el problema negro. (Retrocedió unos pasos y junto las manos delante del abdomen, entrelazando los dedos, para luego decir):
 -Y que conste que yo me considero amiga de tooodos los negritos, (a partir de este punto adoptó un tono trágico).
 -Cuando yo tenía catorce años, mi criado negro murió atropellado por el camión de la lavandería. Y aún recuerdo con dolor como lloro desconsolado durante días y noches mi corazón de ciudadano.
(En este momento desecho el tono lastimero, para cambiarlo por uno más agresivo y decir):
-Sin embargo, todos sabemos que hay otros negro ¡negros malos¡ ¡Y todos sabemos también cual es la respuesta que se merecen, mientras nos quede en nuestros bidones una sola gota de maldita gasolina ¡ […]

Después de estas líneas creo que ya os podéis hacer una idea de lo que es “la Unión Naranja”, un grupo de extrema derecha que se está haciendo popular en la Ciudad. Solo en la reunión de hoy, sin contar a los propios miembros, se contaban mil personas presenciales. Luego faltaría contar el número de personas que los seguía por internet y webcam. Pese a todo ningún tipo de comunicación escapa a los “otros”.

Siempre que oigo alguno de los lemas de la Union Naranja, me entra un extraño dolor de estomago, así que te puedes imaginar fácilmente lo que me pasa a continuación de estar como media  hora transcribiendo una de sus cantinelas habituales.

No podía aguantar más, de modo que guarde mi portátil en su funda negra. A buen recaudo bajo su cremallera y una pegatina amarilla y negra contra las centrales nucleares. Me sacudí un poco los pantalones quitando un polvo imaginario. Y me puse la capucha de mi cazadora de cuero negra para irme presto a casa.

La ciudad se mostraba extrañamente triste. Rodeada de un aura melancólica y enfermiza, como si se quejara con su silencio. No le culpo, debería estar muy enferma por la cantidad de coches que circulan por sus arterias y calles contaminándolas. La cantidad de residuos que sus habitantes arrojaban sobre su piel y sus calles.
Otra razón para la depresión y rodear el propio cuello con una corbata de cuerda es la falta de solidaridad de sus habitantes, siempre pisoteando a los demás por su camino.

La urbe estaba cansada esa noche, puede que fuera por eso por lo que no se cuidaba de ocultar sus edificios manchados de gris y negro de polución. Ni en meter debajo de un coche a los animalillos muertos bajo la acera.

Incluso las farolas y las luces de los comercios estaban decaídas y con pocas ganas de iluminar las aceras.

Lógicamente todo esto es obra de los “otros”, esos seres irritantes que se esconden detrás de cada atrocidad del ser humano.  Dentro de poco te contare algo más sobre ellos y ellas. Pero paciencia si me expongo demasiado, esa información no llegara y puede que incluso dejes de leerme por considerarme un paranoico (cosa que puede que sea cierta).

Era frustrante e incomodo el estado de la metrópoli, degradada y vejada, contaminada y ensuciada, ennegrecida y ahumada; abandonada.

Podía incluso oír como se desplegaban las cámaras de seguridad a mis espaldas. Es curioso como lo que empezó siendo la mejor arma defensiva de los pequeños comercios  se haya convertido en la mayor arma para acojonar 1 a los manifestantes.
Estas cámaras de desplegaban y despliegan sigilosamente, casi sin dejar notar sus engranajes. Y se dedican a observar desde las alturas de los edificios. Grabando todo, desde el beso furtivo de la pareja hasta a la prostituta haciendo su trabajo en un callejón mal iluminado.

Curiosamente coincidieron estos pensamientos con mi paseo y decidieron que me acordara de la sucursal del banco enfrente de la que estaba. Hace una semana un tipo se reventó la cabeza delante de la puerta del banco.

La cámara grabo el impacto de la bala, todo, desde el primer instante. Como el video se paso por varias televisiones se pudo ver el destello plateado de la bala a menos de una uña de la sien. También era visible el rostro sudoroso y agitado del suicida que la empuñaba, empañado por el sudor y con el pelo alborotado y mojado por la misma sustancia que recorría su cara.

Como la grabación era a cachos, esta primera imagen se eternizo, para justo después ver como el hombre esparcía su mente (en el sentido más literal) por toda la sala.

Trozos de masa espongiforme se pegaban a las paredes, abrigos y cuerpos de los diez clientes del banco que estaban allí. No se salvo nadie de quedar bañado en materia gris, ni la señora con su carísimo abrigo de visón heredado de su abuela ni el niño pequeño que acompañaba a su madre.

Todos tenían algo del cerebro de aquel hombre, enredado en el pelo, adherido a la ropa o incluso dentro de la camiseta.

El espectáculo era dantesco, con el antiguo blanco de las paredes actuando ahora de rojo sangre, las personas en el banco gritando y chillando mientras que se medio escurrían con la sangre pegajosa. Y en el centro de la sala. Un hombre, inmigrante de 30 años, desplomado y  muerto. Creando una fuente de sangre.
El hombre en cuestión era Hammeb pero ya os contare la historia en otro momento, al igual que os hablare de “los otros”.

Fue sumergido en estos pensamientos cuando llegue a mi casa y en un acto mecánico, casi reflejo abrí la puerta con cierta parsimonia para encontrarme con la misma estampa de siempre. La casa ligeramente desordenada pero con una extraña alegría que se hacía soberana del lugar.

Por si te lo preguntabas o por si te los esperabas. Vivo en una casa bastante normal, por razones “privadas” suelo cambiar de casa a menudo. Y nunca he pagado hipoteca ni alquiler.
Soy un okupa y por si te interesa mi nombre, no te lo puedo dar por las razones que he citado arriba. Disfruta de un nickname si lo deseas : 010001.

1: Hablando mal y pronto