domingo, 21 de agosto de 2011

Eiloc: Presentacion de Camthalion 2ª Parte

Fue una mañana. Cuando después de pasar la acostumbrada noche en la que prácticamente molió todos sus desprotegidos huesos en el frio empedrado, encontró al que le enseño su primer oficio.
Siguiendo la compleja maraña de rituales y leyes no escritas; necesarias para sobrevivir a la vida en los barrios bajos. Bajo hasta el centro ciudad para evitar así el encontrarse con gente más fuerte que él (razón principal para dejarlo postrado en cama). Pero, aun asi nos os confundáis. No es que fuera bien trato en el centro, sus andares y ropas escandalizaban a los nobles (que en lugar de acercarse y ayudarle, dándole una comida digna, lo miraban con recelos y palpabanse sus ricas y delicadas vestimentas) mientras que su raquitismo y aspecto famélico hacían que los vendedores recontasen sus productos como si les fuese la vida en ello.
Prácticamente los únicos que no lo miraban con desprecio eran los escasos artistas callejeros. Nómadas la mayor parte de ellos, estaban acostumbrados a ver desgracias. Y, aun en escasas ocasiones; repartían alguna manzana medio podrida o los restos de la cena de ese día entre algún agraciado vagabundo que pasara por allí. Este comportamiento era curioso y harto extraño. Debido a que muchas veces ellos mismos no tenían que llevarse a la boca, y si lo tenían no solía sobrepasar el mendrugo de pan acompañado de un vaso de tinto y puede que un filete reseco en los días de fiesta.
Puede que ellos como juglares y no trovadores1 que eran entendiesen mejor las necesidades de los pobladores de las calles; o puede que simplemente decidieran ser simpáticos.
Poco importa eso cuando llevas más de una semana sin comer. Al acercarse el chiquillo al campamento de los juglares, los pelillos de su nuca se erizaron como respuesta a la alegría y algarabía cercanas. Loco, de la emoción por conseguir algo que llevarse a la boca no pudo contenerse y echo a correr calle abajo hasta toparse de con la paciente fogata que quedaba de la noche anterior.
El chaval busco a los artistas, y al no encontrarlos pensó que aun estarían actuando dos calles más abajo. Y pensando en ocasiones anteriores decidió adentrarse en la cocina para coger un pedazo de pan con sutileza e irse como si no hubiera pasado nada.
La cocina en sí, probablemente no fuera digna de aquel titulo. Era una tienda anexa a la tienda donde se guardaban los instrumentos necesarios para las actuaciones. Si gustásemos de entrar en ella, veríamos una proporción ingente de hierbas medicinales colgadas en ramilletes de lo alto de la tienda. En caso de bajar la mirada daríamos de lleno con los escasos platos de barro existentes, que en ese momento estaban a medio fregar. Si giramos la cabeza inevitablemente veríamos autenticas montañas de vegetales. Las montañas verdes estaban dispuestas de tal manera que pareciera enfrentadas con un grupo de hogazas morenas y tostadas al calor del horno.
Fue a ese lugar adonde se dirigió el futuro Archimago, no sin antes reparar en un libro que estaba descansado en una mesa en el centro de la cocina. El libro en cuestión no era muy llamativo, de unas tapaderas de cuero rojo, con caracteres dorados tatuados en el lomo, y de un grosor de unos cinco centímetros. El Camthaliön de aquel entonces no sabía leer, pero pensó que no hacia mal a nadie vendiendo ese libro. A fin de cuentas los juglares no lo echarían en falta, dado que estaba sepultado bajo unas hojas de lechuga y algunas cascaras de cebolla.
1: Mientras que el trovador suele trabajar como cantautor en cortes, o similares, gracias a su (usual) educación de clase “alta” (muy entrecomillada esta última palabra). El juglar suele interpretar las canciones de los primeros con algunos apaños de su propia cosecha (debido en parte a su usual origen más humilde), amenizando las tardes de los transeúntes y recibiendo limosnas.



No hay comentarios:

Publicar un comentario